Jean Genet (1910-1986)
La letrina era el refugio obligatorio de su imaginación, un lugar borroso y sombrío en el que podía inhalar sus propios olores [...] Para el niño, la letrina era un reducto de soledad en medio de los ruidos zumbantes del exterior, los sonidos cotidianos -los saludos, los gritos de los niños que juegan, los cascos y relinchos de los caballos- que reñían con el niño semidesnudo, regordete, pensativo y eróticamente precoz.
Edmund White Genet (1993). Trad. Rossend Arqués. Barcelona: Random House Mondadori, 2005, p. 28.