Madrid, Biblioteca de san Lorenzo de El Escorial (segle XIV)
Un vez que la lectura silenciosa se convirtió en la norma en los escritorios [medievals], la comunicación entre escribas se hizo por señas: si un copista necesitaba un libro nuevo para continuar su trabajo, fingía pasar páginas imaginarias; si, más concretamente, necesitaba un salterio, se llevaba las manos a la cabeza en forma de corona (en referencia al rey David, autor de los Salmos); un leccionario se indicaba retirando cera imaginaria de unas velas; un misal, con el signo de la cruz; una obra pagana, rascándose el cuerpo como lo haría un perro.
Alberto Manguel Una historia de
la lectura [A History of Reading, 1996].
Trad. José Luis López Muñoz. Madrid: Alianza Editorial, 2012, pàg. 101.