M. C. Escher (1898-1972) White Cat II, 1919
(to Marzban & Manuel)
Una vez más, me admiraba el cariño que los musulmanes tienen a los gatos: correteaban a sus anchas en las mezquitas, no invalidaban la oración aunque pasaran frente a los piadosos o los rozaran durante las plegarias y, según la tradición islámica, un fiel podría realizar sus abluciones con el agua de un cuenco en el que hubiera bebido un gato [...]
Recordé las explicaciones de un viejo cheij, quien me contó que Mahoma solía impartir sus enseñanzas con Muezza, su gata preferida, en el regazo. En una ocasión, cuando el Profeta se disponía a vestir una túnica para la gran plegaria del viernes, vio que Muezza dormía tan plácidamente sobre la manga del vestido que, para no despertarla, cortó la prenda con unas tijeras. A su regreso, la gata, agradecida, le hizo unos arrumacos y se inclinó ante el Profeta, y entonces Mahoma la puso la mano en la cabeza, y por ello, hasta el día de hoy, los gatos tienen grabada la letra eme en la frente. A continuación, el Profeta le acarició el lomo tres veces, y a partir de entonces cuenta la tradición que a los gatos les fue otorgado el don de caer simpre de pie.
Jordi Esteva Socotra, la isla de los genios. Atalanta, 2011.