Caspar D. Friedrich Monjo al costat del mar (1809).
Berlín, Alte Nationalgalerie
El romanticismo, cuyos poetas amaban la desesperación –sincera o
fingida– tuvo un riquísimo arsenal de adjetivos sugerentes, de cuanto fuera
lúgubre, melancólico, sollozante, tormentoso, ululante, desolado, sombrío,
medieval, crepuscular y funerario. Los simbolistas reunieron adjetivos
evanescentes, grisáceos, aneblados, difusos, remotos, opalescentes, en tanto
que los modernistas latinoamericanos los tuvieron helénicos, marmóreos,
versallescos, ebúrneos, pánidas, faunescos, samaritanos, pausados en sus giros,
sollozantes en sus violonchelos, áureos en sus albas: de color absintio cuando
de nepentes se trataba, mientras leve y aleve se mostraba el ala del leve
abanico.
Alejo Carpentier "El adjetivo y sus arrugas" (extret de
www.ciudadseva.com).